Aconteció que Amaxaima había quedado viuda. Su
esposo, el general Othon, falleció consecuencia de una ronda que realizaba con
su ejercito por los linderos de los jardines de Alef Sarom, en la tierra de
Atarí de Ariel. Sucedió que encontró a un grupo de hadas que con su polvo
rociaban las flores las que provocarían enfermedades en los niños. Ellas
atacaron y a pesar que perdieron la batalla se llevaron la vida del general.
Esto hacía ya un año pero Amaxaima aun no sentía la paz que tanto anhelaba su
corazón.
La perdida dolió. Pero ella sabía que no es
solo por el amor que desarrolló por Othon, si no también por que esto la sumía
en una situación muy parecida a la cual se encontraba antes de casarse con
Othon. Verán, a pesar de que Amaxaima era una mujer muy bella, nunca consiguió
desposarse si no hasta muy entrada la edad. Ahora, el buen lector de este
manuscrito que recoge las tradiciones de Ariel debe entender una cosa para
seguir este relato y entender el sufrimiento de esta mujer. La mujer de Ariel
se desposaba frecuentemente joven a los ojos de
los habitantes del mundo de K´an An. A las veinte primaveras ya eran
mujeres felizmente casadas con un hogar formado y con uniones eternales. Sin
duda el secreto a esto es que las madres de las novias enseñaban desde su
tierna infancia a ser esposas y los padres enseñaban a sus hijos a ser hombres.
No así los que llegaban a Ariel a vivir y que de ahí desarrollaban sus vidas
como creyentes en J´H´Shua, el dios de ellos. Todo era un lento caminar en su
vida con nuevas costumbres y esperanzas y así bien la transformación interior
era la misma que los oriundos del bosque de Ariel, algunas cosas ya venían mal
formadas. Y este fue el caso de la crianza de Amaxaima.
Ellos venían de las sureñas tierras de Miraz,
la tierra de los mineros. Compartían el territorio con los enanos que laboraban
muy bien las joyas que extraían de la tierra mientras que los humanos de Miraz
desarrollaban la minería como fuente de ingreso, materiales y objetos para
vivir. De esta creación de cosas se
desarrollaba así mismo un comercio de artículos que se extendía en toda K¨An
An. Y déjenme decirles que sus utensilios eran muy cotizados en toda la tierra.
Pero no solo estaban también los enanos conviviendo con los humanos. Arriba, el
las montañas mas altas, vivían los misteriosos hombres alados y de los cuales
no se sabía mucho. Se sabía que solo eran un poco recelosas con sus costumbres
y nunca se les veía mucho por territorios que no fueran las altas montañas
heladas. Años atrás se supo que un alado bajó a las tierras de Miraz y
compartió alguna costumbre con los mineros y enanos, pero ese detalle se olvidó
en el tiempo. La familia de Amaxaima era una de esos maestros de las
excavaciones. Su padre, Eliu, era minero de profesión y su madre Orfa, era
vendedora de las maravillas metálicas. Por esas casualidades de la vida,
conocieron a un viajero que les habló de J´H´Shua y ellos creyeron. Pero eso
les trajo el rechazo de su pueblo y ante la oposición, decidieron cambiar de
aires y partieron hacia Ariel. En el bosque fueron bien recibidos y dado a sus conocimientos
en los minerales encontraron yacimientos ricos en metales que no había en Miraz.
Por su lado, Othon el
general era un soldado del batallón sur de Atarí. Su buen desempeño en batalla
contra los feericos se debía a que su linaje era de soldados de renombre en
Ariel. Así su padre Otron, su abuelo Tron y su bisabuelo Othon. Su cargo se lo
ganó debido a su inteligencia en materia de estrategias y de estudio sobre los
feericos como ningún otro. Esto le dio el nombre y después de eso muchos
copiaron su estilo.
Conoció a Amaxaima en una
fiesta que el rey de Atarí, Imelec, dio en primavera. Si bien Othon no era dado
a las fiestas debido a que el creía que había nacido solo para la guerra,
accedió ante le llamado de su rey. Nunca se supo muy bien el porque se unió
esta pareja. Mucho se murmuraba sobre la lastima que Othon tuvo de esta joven
que con sus actos mostraba lo mucho que amaba a su dios, pero que al mismo
tiempo tenía los ojos mas apagados que había visto. Otros decían que ella fue
muy inteligente al atraparlo con que quizás que artimaña secreta que las
mujeres solían utilizar cuando querían encantar a un hombre. Detalle natural en
ellas. Sea como sea lo que pasó, a los seis meses de conocerse en aquella
fiesta de primavera, contrajeron nupcias y gozaron de una dicha que se comentó
en su tiempo. Pero esta felicidad no duró mucho ya que al año de matrimonio
Othon durmió. Y el corazón de Amaxaima se apagó ya que ni siquiera tuvieron
descendencia.
Sucedió que ese día era
normal para Amaxaima. Aun portaba el traje azul de la viudez y que reflejaba lo
mucho que extrañaba a su esposo. A pesar de que el tiempo reglamentario de luto
de los arielianos se había terminado, ella lo conservó ya que reflejaba su
dolor. Portaba en las manos una rosa que había encontrado en el bosque y estaba
decidiendo que hacer con ella. O ponérsela en su pelo color miel o adornar su
vestido oscuro con ella como una gota de luz en la oscuridad. Se había
acostumbrado a caminar por el bosque luego de su devocional matutino y sus
quehaceres hogareños. Se entretenía con las aves y los cervatillos que jugaban
de aquí para allá. O bien se iba a las grandes praderas de Alef Sarom donde
crecían los jardines de flores que cubrían tales praderas y que daban fama a
Ariel a través de toda la tierra de K´An An. Se divertía sola o en compañía de
otras viudas a las cuales la guerra les había arrebatado a sus maridos. Hacían
manualidades, cantaban y de paso Amaxaima les enseñaba el arte de fabricar
cosas con los metales. Sus manualidades les daban sustento y trabajo para
sentirse dignas de ser mujeres y estos trabajos se vendían a los viajeros que
cruzaban el bosque por los senderos que habían sido hechos para ello. Ahora,
ella por su situación fue tentada a volver con sus padres pues ellos mismos le
abrieron la puerta para eso. Pero Amaxaima no quiso dejar la casa donde por un
año vivió con Othon por que creía que el hombre dejaba a su padre y a su madre
y se juntaba con su mujer y eran una sola carne. Por lo tanto al vivir
nuevamente con sus padres a pesar de estar sola era retroceder y dejar de ser
mujer y volver a ser una niña. Y eso no lo veía bien.
Pero como les decía, ese día
era uno de los tantos normales que ella vivía. No quiso ir a los jardines ya
que quiso ir a un claro del bosque que le gustaba mucho. En si era una especie
de quebrada que desembocada en este claro lo que le daba la libertad de gozar
del cielo abiertamente. Se sentó pues en el pasto y se recostó en el tomando el
dulce sol primaveral que tanto se agradece en esas fechas, pero su descanso se
vería interrumpido por algo inusual.
De pronto vio en el cielo un
ave muy extraña que pasó raudo hacia Atarí. Pensó que podría ser una bandurria
por lo grande que estas aves eran, pero deshecho la idea debido a que era
demasiado grande para ello. Entonces pensó que podía ser un hada que tramaba
alguna maldad en el bosque y por ahí se convenció y decidió volver hasta el
pueblo para dar la noticia. Pero cual no sería su sorpresa al ver que el ave
extraña volvía sobre su vuelo y se quedaba estática en el cielo, recortando la
luz del sol. Sin poder ver con claridad al ser vivo, se estremeció. Y mas
tembló cundo éste empezó a bajar desde el cielo hasta que se posó a una altura
casi sobre su cabeza. Y no era precisamente un ave.
Delante de ella estaba un
hombre de aspecto normal, con la piel morena por el sol y que poseía unas
gigantescas y blancas alas que salían de su espalda y le permitían volar. Muchos
pensamientos cruzaron por la cabeza de Amaxaima y su primera impresión fue que
aquel ser era un M´alach. Pero luego desechó la idea ya que los M´alach
raramente se inmiscuían de manera visible en los asuntos de los hombres a no
ser que J´H´Shua lo enviase. No. Recordó las leyendas de su tierra natal y supo
dentro de sí lo que tenía frente a sus ojos. Era un hombre alado de las montañas
heladas de Miraz. Y este la miraba con gusto lo que la sonrojó. El momento se
hizo eterno pero fue el quien quebró el silencio.
- Dulce princesa de mis
sueños robados... ¡Al fin te encontré!